El costoso cimiento del éxito
Todos hemos observado cómo hay personas que obtiene un éxito fulgurante sin apenas esfuerzo, son aquellos a los que les toca el Euromillón. Para todos los demás el éxito no es tan fulgurante y requiere tres elementos: talento, esfuerzo y perseverancia. En cumplir nuestros sueños se puede tardar toda una vida y por eso es más habitual ver a una persona mayor en un coche de lujo que a una veinteañera.
De las tres cualidades descritas, para un liderazgo eficaz la perseverancia es la básica, es el cimiento sobre el que construiremos nuestra carrera. También es la más dura, la que más desgasta. Ser perseverantes, constantes, persistentes, pertinaces… es algo durísimo. El esfuerzo raudo e inconsecuente lo puede hacer cualquiera pero chico, sólo pensar en luchar toda nuestra carrera profesional resulta abrumador. Pensemos en los hábitos de un opositor, de un científico o de un músico virtuoso: sin perjuicio de la condición innata, todos llegan a la cima con muchas horas de aplicación, todos los días, todas las semanas del año, incluso si se trata de genios, tienen que tener la constancia de alcanzar la cima.
Ser perseverante es monótono y por lo tanto aburrido. Los que quieren una vida de emociones no están especialmente dotados para la disciplina interior que supone luchar cada día por nuestros metas. La vida no es perfecta, tenemos agobios económicos, sinsabores de pareja, enfermedades, fallecimientos; numerosos avatares que nos invitan a desfallecer. La vida profesional no tiene por qué ser aburrida, pero siempre existe un elemento de repetición y tedio.
El esfuerzo y la perseverancia son completamente contraculturales en nuestros días. Los proveedores de ideas cretinas generan un ambiente falso de que todo es fácil, de que la vida hay que vivirla sin esfuerzo y nuestros problemas ni carencias, sólo nosotros mismos con ayuda de nuestros allegados.
Perseverancia aplicada
Aplicar la perseverancia a la técnica de liderazgo resulta imprescindible. Debo mantener hábitos disciplinadamente: mis reuniones semanales con el equipo, mi establecimiento y revisión de objetivos, mi escucha activa, mi administración competente de recursos, mi agradecimiento constante a la labor bien hecha, mi cercanía y comprensión con cada colega, mis calendarios de formación continua, mi gestión del equipo. Uno puede empezar haciéndolo todo perfectamente, que si nos vamos aburriendo al final perderemos toda la eficacia que tiene que tener un líder y entonces volvemos a ser sólo jefes. Perdemos el ascendente que motiva.
El liderazgo es completamente dinámico, al igual que el rendimiento de un equipo de alta competición, el triunfo de ayer es puro pasado, no se puede vivir de él más allá de unas horas. Al día siguiente hay que estar pensando en el siguiente reto. Si el entrenador pierde concentración o empeño, baja el rendimiento de todos los deportistas.
La buena noticia es que con talento, esfuerzo y perseverancia conseguirás lo que quieras. Es una receta sencilla. Fuerza.
Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales
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