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El líder sobresale porque es inconformista

Una de las cualidades más destacadas de cualquier líder es su inconformismo. Este rasgo es inquietante porque sitúa la gestión en un cauce inestable. Si no me conformo estoy en una permanente inquietud por cambiar y, en el caso del líder, cambiar a mejor. Si el inconformismo va acompañado de una visión innovadora, nuestro proyecto será imparable. Todos los grandes empresarios, las mentes más preclaras han aunado visión, tesón y espíritu de ser los mejores. Afán de mejora constante combinado con una aversión a la mediocridad o a la dejadez.

La tendencia natural de un equipo mal liderado será siempre a cumplir con la ley del mínimo esfuerzo, a cubrir el expediente sin meterse en más problemas. Como explicaba en mi artículo Estudio de la dejadez, el estado natural de una organización es tender a no complicarse. La falta de dirección no invita a comprometerse, sino a dejarse llevar al pairo, sin rumbo. Hoy mismo, he tomado café con un expertísimo profesor de universidad que me reconocía: «Carlos, hoy los estudiantes de hoy tienen más medios a su alcance que nunca y sin embargo están muy desmotivados. Hacemos grandes esfuerzos por interesarles en proyectos interesantes, incluso internacionales, y nos cuesta».

Mejorar el mundo
Puede que la material prima del liderazgo, el equipo, no nos llegue en un estado de anhelo por el cumplir metas atractivas pero como líderes sí debemos trabajar la ilusión, el compromiso y el deseo romántico de mejorar el mundo. Si entramos en la rutina de la conformidad o la autocomplacencia, pronto nuestro negociado empezará a perder eficacia. El líder explica a su equipo cuál es el propósito de lo que se persigue y cuando alcanza una meta con brillantez, reta al equipo a alcanzar otras nuevas. Cuando se implanta una mejora, hay que pensar en la siguiente. Si nos fijamos en las personas más admirables profesionalmente, todas comparten un fuego interior por ser las mejores en lo suyo.

Recientemente presidí una reunión de equipo al otro lado del Atlántico, que consistió en una grata sucesión de alabanzas de la directora al esfuerzo de sus sus empleados. «Es que necesitan que se les reconozca» -me dijo. Pues me pareció perfecto porque aunque una operación no sea siempre excelente, pensando en positivo y sacando lo mejor de cada uno, es posible al menos querer mejorarla.

Nada de rendirse, aburrirse, tirar la toalla o simplemente dejar las cosas como están. Con esa actitud nunca vamos a triunfar. Por el contrario, si tenemos la firme determinación de tener éxito, si no nos conformamos, alcanzaremos la excelencia mejora a mejora. Esta actitud tan inusual nos hará sobresalir, relucir como un brillante.

Querer ser el mejor es el primer paso para serlo.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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