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Fábula de la hormiga… y el quejica

Están por todos sitios, son de todas las razas, nacionalidades y clases sociales. Votan a cualquier partido político y profesan cualquier religión, tienen más vidas que un gato. Imposible ir a ninguna ciudad, pueblo o aldea del mundo sin encontrar varios de ellos. Tienen una capacidad de adaptación abrumadora: al medio natural, al urbano, al metafísico, no se extinguirán nunca. Son los quejicas. A todos nos suena su canto: estamos atareados tratando de resolver un problema o afanándonos en terminar una tarea cuando aparece el quejica, que ya por hablarte no está trabajando y empieza con su letanía lastimera. Que si la pandemia, que si lo mal que va todo, que si el jefe; que si su marido; que si su mujer; que si los niños; que si no cobra lo suficiente; que si no se entiende con su madre; que si nadie lo valora; que si la vecina horrible; que si yo tenía que haber estudiado; que si mi hermano lo que me ha hecho; que si no llega a fin de mes… ¡trabaja ya, pesado!

Debemos reformular urgentemente la Fábula de la Cigarra y la Hormiga, que en el siglo XXI debería llamarse Fábula de la Hormiga y el Quejica. Mientras que millones de hormigas producen, laboriosas, otros tantos millones de quejicas están a su lado calentándoles la cabeza con todo lo que va mal. Eso sí, sin doblarla. El quejica es ése que está siempre en el bar y que, entre cerveza y cerveza, brama contra la injusticia del mundo en horario laboral, mientras la gente de su edad está currando. El quejica es ése de la empresa en apuros, que mientras los compañeros se esfuerzan por sacar trabajo adelante, está siempre relinchando sobre el convenio y los días de asuntos propios. El quejica es ese que no ha dado golpe en su vida y se pasa el día lamentando que su pensión no-contributiva que no le alcanza para vivir dignamente con lo caro que está todo. El quejica es ese político con buena paga que todo lo ve mal (pero que no ha gestionado nunca ni una mesa de mercadillo) y que pisa moqueta precisamente por estar siempre pidiendo.

El quejica es ése que cuando le permiten tele-trabajar pregunta que quién le va a pagar la wifi, que de todas formas ya tiene en casa. El quejica es ése que cuando estás manteniendo la distancia social del covid en un supermercado, acusa a la cajera de lentitud y de que todo está mal organizado. Es el vecino moroso que va a las juntas de comunidad y pregunta con toda la jeta que por qué no se le arregla el rellano de su escalera, que ya está bien, hombre.

La fuerza quejica es demoledora porque asume con naturalidad de que la sociedad le debe urgentemente soluciones. Sin embargo, el quejica está siempre descontento porque siempre merece más, con todo lo que vale. El quejica de empresa es desconfiado, si un jefe anuncia una bonificación, por lo bajini dirá a sus compañeros «cuánto no estarán ganando para que nos ofrezcan esta miseria». Existen nidos de quejicas profesionales, oportunistas que viven de ser quejicas, en empresas, partidos políticos, sindicatos, asociaciones y comunidades de vecinos. Siempre agraviados, siempre enfadados, sin dar golpe; los quejicas profesionales nos organizan la vida sin saber lo que es ir a una obra a las seis o qué es eso del bocata de las diez. El jefe suele tener identificados a los quejicas, muchos de ellos pelotilleros, que además cuando se les consulta se deshacen en zalamerías y argumentos razonables, pero que no se atreven a dar la cara por las supuestas injusticias.

Ante el quejica, liderazgo
La del quejica es una actitud egoísta ante la vida, mientras la del líder ha de ser generosa. El liderazgo consiste precisamente en que nadie es el centro del mundo, es un desempeño solidario de une equipo por lograr los objetivos de la organización. Nadie obliga a estar en una organización y menos estorbando, esto debe dejarse claro. Habrá muchos aspectos de una operación que sean ineficientes y defectuosas y el líder debe ser intolerante con su corrección, pero para la mayoría un trabajo no va a ser nunca equiparable a estar de vacaciones. Al quejica se le neutraliza con buena gestión y mejor liderazgo, porque entonces se sentirá aislado y sus compañeros de equipo le pondrán coto. Cuanto mejor funcione una empresa, menos campo de actuación tiene. Un líder inteligente, debe tratar a todos los miembros del equipo por igual y una técnica que funciona es dar responsabilidad al quejica y seguirle de cerca. La más de las veces el quejica es un ser acomplejado al que le encantará que el jefe le tenga en cuenta. El quejica es corregible y promocionable si se sabe trabajar su formación y adquisición de competencias, incluidas las sociales.

Convertir al quejica es un gran reto para el líder. Ánimo.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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