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El líder ético, el único posible

Un grupo de investigadores de la Kellogg Foundation, dirigidos por la la profesora doctora Joanne Ciulla, publicaron en 1998 un volumen titulado «Ética, el corazón del liderazgo» (Ethics, the heart of leadership, Ciulla, J. 1998). Una sucesión de escándalos corporativos en Estados Unidos despertó un interés creciente sobre liderazgo ético, que es hoy ya una corriente. Se establece un enlace entre el éxito de un individuo y su integridad. A pesar de todo el ruido mediático que vive hoy cualquiera de nosotros, la sociedad es sabia y sabe distinguir a los buenos dirigentes. Ser un sinvergüenza es incompatible con ser un líder, salvo que se trate de una partida de bandoleros. Con tantos ejemplos ramplones de corrupción, hoy la integridad es una condición admirada en las personas que queremos que nos manden. Cuanta mayor es la responsabilidad, mayores son los presupuestos y mayor la tentación de corrupción, por eso es admirable que las grandes cifras las manejen personas virtuosas.

El líder debe concitar el respeto y su admiración de su equipo y un comportamiento ejemplar es la única manera de lograrlo. Nadie puede autoproclamarse como líder, a lo sumo tendrá un cargo rimbombante. Es el equipo el que le hace líder porque lo considera como algo suyo, porque existe una conexión emocional. En algún sitio leí que los sobornos son malos porque nadie presume de ellos, al contrario, se ocultan. Si la mentira es la primera forma de corrupción, la inmoralidad, las malas artes o el aceptar prebendas y dineros son actitudes de una persona que, sobre todo, no es de fiar. Un equipo nunca tendrá respeto ni seguirá a alguien así, por muy jefe que sea.

La sociedad necesita personas de calidad
Decir la verdad, ser ecuánime y no prestar atención a tentaciones económicas indebidas es un camino que puede ser arduo, pero a la larga denotan calidad humana en un momento en el que la sociedad necesita la calidad más que nunca. El líder íntegro no está solo, la inmensa mayoría de las personas lo son. Rindamos tributo a esos millones de héroes y heroínas anónimos que llevan una vida ejemplar, sin que nadie les ponga una medalla. Esos padres y madres de familia que se esfuerzan y que encuentran la felicidad de las pequeñas cosas y que no anhelan la riqueza por encima de todo.

El honor, una palabra en desuso, es el patrimonio del ciudadano íntegro. Hay que tomar conciencia de él, se es honorable cuando nuestras acciones hacen que nuestros hijos vayan por el mundo con la barbilla alta. Somos corruptos si nuestras acciones les harían avergonzarse. Siempre le digo a los míos que «el camino recto es siempre cuesta arriba» pero hemos de educarnos en ser personas de bien, líderes del bien común, para que nuestro equipo nos siga, nos respete y nos quiera. El liderazgo ético es el único posible.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

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