Una carrera en gestión se forja con triunfos y fracasos. Vivimos hoy tiempos difíciles en los que personas y organizaciones luchan por sobrevivir. Como una familia en apuros elimina los gastos no esenciales, una empresa que haga lo propio tendrá que prescindir gastos varios y, ¡ay!, también de personal. Tienes que decir adiós a miembros de tu equipo con los que un día antes has luchado, has reído y has llorado. A algunos los consideras tus amigos. Terrible.

Crecer y contratar es excitante: un nuevo proyecto, una nueva sede, gente ilusionada que empieza. Mentalmente estamos preparados para ello; pero cuando el acordeón tiene que desinflarse y hacerse más pequeño se siente tristeza. La lógica es sencilla, menos gastos equivale a mejorar salud financiera de la entidad, pero sus consecuencias equivalen a tomar decisiones que empeoran las vidas de los que salen. De repente se verán truncadas sus vidas y todas las técnicas de ese liderazgo ganador que nos gusta enseñar quedan a la intemperie. El problema del desempleo es endémico en España y en tiempos de crisis empeora. Cuando se reduce plantilla sabes que la recolocación no será fácil, que habrá una familia sufriendo. No sé si otros jefes toman decisiones sin despeinarse porque a mí me afecta mucho. Mi consuelo único es la íntima convicción de estar haciendo lo correcto, pienso que si no se despide a estos compañeros a lo peor nos tendríamos que ir todos a casa.

Organizaciones en las crisis
Con las crisis no se juega. Cualquier organización, ¡incluso gobiernos! pueden sucumbir a ella, por eso se requiere llevar la iniciativa para evitar que los acontecimientos nos arrollen. Lo que ocurre es cada uno contempla su existencia desde un prisma individual y, claro, el afectado no lo entiende: «¿por qué yo y no el ése?». Sin embargo, los criterios deben ser objetivos. En mi caso, el principal criterio de actuación suele ser la antigüedad. Los últimos que entraron son los primeros en salir, aunque a veces se debe combinar con otros criterios como la redundancia (disponer de alguien más para ese puesto) o la idoneidad.

Tampoco resulta sencillo comunicar la decisión. No hay una manera dulce de decir adiós a un compañero que puede que no lo entienda. En ocasiones hay que cerrar un centro entero, por la finalización de un contrato, pero en otras hay que tocar la estructura y ahí las opiniones son más encontradas. Siempre me pongo a disposición de los afectados, aunque no sea yo quien les comunique la decisión. Al final, alguien tiene que tomar la decisión y hacerse responsable por ella, aunque no sea infalible.

Personalmente, rezo para que mis decisiones sean iluminadas, aunque duelan.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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