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Guerra a los vagos y parásitos

Esta misma semana, un par de operarios de mi organización estuvieron trabajando hasta las once y media de la noche, rematando un trabajo urgente. En infinidad de ocasiones he visto personas sacrificar bienestar, fines de semana e incluso vacaciones para resolver situaciones a favor del bien común que representa una empresa seria. Pero hoy no vamos a hablar de los buenos, esos que son producto de lo que yo llamo, el milagro de un equipo motivado. Hoy hablamos de los que están en el otro extremo, los que cobran sin trabajar ilegítimamente. Los vagos, los parásitos, los listos que abusan del sistema.

Todos los viernes tengo un despacho con de Dirección y entre los datos de cuadro de mando figura el número de «horas no trabajadas» de la organización. Es decir, las horas de profesionales que computan como empleados pero se ausentaron por motivo de baja. En nuestro caso alcanza la increíble cifra del 12%. Es decir, cualquier día del año, de cada 100 empleados, 12 no están en su puesto. Algo insostenible. Cuando yo empecé a trabajar la cifra era del 4,5% que parece muchísimo más razonable. Uno de cada 20.

No me entiendan mal, nadie que esté enfermo, herido o en su periodo legal de paternidad o maternidad debe trabajar. Pero con la misma contundencia digo que todos los sanos deben estar en su puesto. De un tiempo a esta parte, ha surgido un concepto corrosivo en el que cabe todo: la enfermedad mental. Estaba yo extrañado de que los políticos usaran tanto del concepto de enfermedad mental y no entendía por qué. Ahora lo entiendo, gran parte de las bajas por enfermedad común son por su causa. Ahora parece que cualquiera con una frustración, un desajuste emocional, tristeza o simplemente con estrés se debe dar de baja, con su correspondiente cobertura política. Claro que en todo hay grados y la depresión es una enfermedad diagnosticada, pero si todos nos damos de baja cada vez que la vida nos lidia un mal golpe, aviados estamos.

Los militares usan una expresión que viene al pelo para explicar lo que digo: los males imaginarios. Son esas dolencias fruto de nuestra propia sugestión que se contrapone a la mínima entereza necesaria para acudir a su puesto. A todos nos cuesta madrugar, oiga. Claro que no es agradable trabajar por un salario que no alcanza, pero la solución no puede ser, como nos pasa con indignante frecuencia, darte de baja y trabajar en negro. Claro que la vida nos depara angustias y desvelos, pero la solución no puede ser pedir la baja por ansiedad y que mi compañera tenga que cubrir mi turno sin mí.

Y si una organización va viento en popa, pues todavía, ¿pero qué ocurre con una empresa en crisis? El problema de tener a tantos debiluchos, vagos, parasitarios y alegres oportunistas es que al final, alguien pagará el pato por ello. En nuestro caso, un expediente de regulación de empleo de cientos de personas honestas. Es decir, como el coste de las bajas abusivas es insostenible, tenemos que despedir total o temporalmente a cientos de compañeros que sí son cumplidores. Si además te suben los costes de producción sin poder repercutirlos (porque te sales del mercado) todavía son más los compañeros que tienen que dejar de serlo.

Nadie dijo que gestionar una corporación fuera fácil, a nadie le gusta tomar decisiones que perjudican a la persona por el bien colectivo, pero lo que sí me indigna es la injusticia, que paguen justos por pecadores. La cultura de la vagancia es corrosiva y degrada al individuo, elimina su esencia de ser capaz de valerse por sí mismo y contribuir al bien general.

En un caso extremo, un enlace sindical, usando sus horas asignadas para su labor de representación de los trabajadores, se buscó un segundo trabajo. Mi abogado me dijo que no me podía meter con él porque se nos iba a echar el sindicato encima. Yo le dije: «hay momentos en la vida en las que uno tiene que ser fiel a las convicciones y no puedo permitir que este personaje nos robe». Y lo echamos, y nos denunció, y creó una campaña contra nosotros, y ganamos el juicio, y ya no nos está robando.

Si mis palabras traslucen indignación es porque soy una persona con un profundo sentido del deber, que no se conforma con ir donde le lleva el viento. Tomaremos las medidas que nos asistan legalmente para poner coto a los que abusan, preservando siempre a los que legítimamente están de baja. Sufro cuando veo que todo sube que las condiciones de empleo de mi equipo se deterioran, pero la supervivencia de la organización es mi prioridad absoluta.

Y no es nada fácil.

 

Carlos González de Escalada
Doctor en Ciencias Sociales

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