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Liderazgo: el milagro de un equipo motivado

Lo hemos visto muchas veces en competiciones deportivas: el equipo favorito pierde ante un rival teóricamente más débil pero mucho más motivado, con más garra. La motivación, que los militares llaman moral, es el elemento invisible que actúa como una poción mágica sobre el rendimiento de la organización: no se ve, no se toca, pero se sienten sus efectos. Entre todos los elementos de la motivación, el más importante es sentirse valorado. Un líder debe demostrar aprecio por su equipo en su conjunto y por cada uno de sus miembros. Rara vez uno tiene el equipo que le gustaría tener, fichado desde cero. En la mayoría de los casos, los equipos son mixtos o heredados, conformados por personas variopintas, cada una con sus defectos y sus virtudes. Con este factor limitante el líder debe construir su equipo, empezando por llamarle así y hacerlo suyo. Es un grave error valorar sólo a los que me caen bien o a los que mejor trabajan. Por encima de cada individuo, un equipo es un todo, es la unidad mínima del liderazgo.

Lograr rendimiento de los subordinados con quien mejor me llevo mucho más sencillo que lograr un alto rendimiento general de todo mi equipo, lo meritorio es huir de mi camarilla de confianza y poner mi esfuerzo en el conjunto. Una técnica interesante es potenciar a cada individuo en las tareas que se le dan mejor, complementar los talentos individuales con misiones colaborantes que lo permitan. Por ejemplo, si tengo un miembro «muy bueno con los papeles» y otro «que le cuesta sentarse en el despacho», quizá la actividad permita que uno sea el puntal administrativo y el otro el puntal expedicionario. Así, cada uno hará lo que se le da mejor, tendrá más éxito y se lo podremos reconocer.

El líder debe valorar tanto los logros individuales como los del conjunto. Cuando se tiene éxito hay que decirlo y hay que alegrarse: «Celebrando tenemos que ser menos portugueses y más estadounidenses», les digo yo a los míos. También hay que identificar lo que ha salido mal cuando se yerra, porque un equipo con confianza en sí mismo estará más predispuestos a reconocer los fallos y tendrá más curiosidad por alcanzar la excelencia. El éxito -esa palabra que da repelús al mediocre- es la medida de un equipo eficaz. Alguien que se siente valorado, que tiene claro cómo cumplir la misión y que cuenta con las competencias y medios para ello, tiene una predisposición natural a trabajar con eficacia. Alguien que se siente ignorado, mostrará indiferencia por sus obligaciones y si además no tiene la cualificación para cumplir con eficacia, se sentirá frustrado. Por eso es tan importante la formación continuada.

En un ambiente profesional, cada miembro se siente valorado en relación con su impacto para la organización. Uno puede ser muy simpático o un excelente compañero de parranda, pero ser valioso en la empresa es saberse útil para lograr el fin que se persigue, para el avance de los fines la organización. Cada persona es única y cada persona suele destacar en alguna faceta de su trabajo. Salvo en procesos muy mecanizados, e incluso entonces, un líder tiene la potestad de generar parcelas de especialización que podrá asignar en función de las competencias de cada uno.

El milagro de la motivación
Valorarles en su justa medida no es estar en permanente fanfarria sobre lo buenos que somos, sino de hacerles saber como individuos y como colectivo que su contribución marca la diferencia. Otros elementos que motivan a un buen profesional son la claridad de objetivos, la eficacia de los procesos, el ejemplo, la coherencia del líder, una retribución justa, la equidad y la ausencia de favoritismo. También es crucial ofrecer formación adecuada tanto en competencias técnicas como en habilidades blandas (soft-skills). Con esos elementos experimentaremos el milagro de un equipo motivado, que tiene un rendimiento superior y sobre todos mayor abnegación y capacidad de sacrificio.

Un equipo de alto rendimiento se sabe mejor que la competencia porque obtiene resultados objetivamente superiores. Al equipo ganador hay que decirle que es el mejor, sin caer en el triunfalismo ni en la auto-propaganda. Hay que explicar qué es lo que nos hace mejores, pero sobre todo, qué nos hará mejorar. El líder sabe que cuando se alcanza un alto rendimiento es más fácil perder fuerza que ganarla. La motivación y la efectividad de los equipos varían cada día, no digamos ya a lo largo de los años -que se lo digan a los equipos de fútbol-. Por eso es tan importante que se apliquen mecanismos evaluación de resultados, de lecciones aprendidas y de mejora continua.

El principal objetivo de un líder es mejorar el rendimiento de su equipo y para ello, lo primero es mejorar su motivación.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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