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Los reyes desnudos del siglo XXI

¿Nos hemos levantado con espíritu científico? Hagamos un experimento de observación para conocer mejor nuestra realidad. Os pido, queridos pupilos, que compréis todos una bata blanca y una urna en la que vamos a recrear un ecosistema político en miniatura y para ello introduciremos mini-políticos que nos permitirán observar su comportamiento sin que nadie nos moleste. La hipótesis que defenderemos es que esos politiquitos harán siempre lo opuesto de lo que aquí enseñamos. Harán anti-liderazgo, ya veréis.

Veamos: si nos detenemos a ver a los mini-políticos de nuestra urna, descubrimos que todos se agrupan en torno a un «líder» de su respectivas tribus, cuidado, no os confundáis porque aunque lo llaman así, no es el líder al que nosotros aspiramos a convertirnos. Lo primero que descubrimos en nuestros experimento es que en el ecosistema político lo más importante es que todas las acciones de ese supuesto líder consisten en subir yo, llegar yo a lo más alto. Como la gestión es un proceso que cuesta aprender, entre los especímenes de subir yo abundan los que no saben gestionar ni un café con leche (no digamos un equipo). Anotemos en el cuaderno que para subir yo, se considera imprescindible que no subas tú. Acercamos una lupa y seguimos los movimientos de los pululantes más gordos y, efectivamente, ante cualquier problema la culpa siempre la tiene un  no subas tú. Hace poco le oí a un veterano ex-político el modo en el que se hace la defensa del anti-líder: «Hay que meterle gente y más gente por medio para que la culpa no llegue nunca al de arriba». Descubrimos pues, queridos pupilos, que la deslealtad con tu equipo forma parte de la estructura misma de la política. Los ejércitos de no subas tú, sólo sirven para encastillar a los subir yo y en esta guerra del egoísmo, morirán tantos soldados como requiera la seguridad del generalote. Fascinante.

Como estamos cansados, vamos a por un vaso de agua y mientras abrimos el grifo caemos en la cuenta de que no habíamos reparado en otro rasgo que ahora sí nos llaman la atención. Los subir yo están siempre obsesionados por atribuirse todos los méritos. Ser siempre responsable de todo lo bueno y no ser nunca culpable de nada malo les hace creer infalibles. Realmente, como muchos subir yo no saben coordinar ni una taza de café, son sus ejércitos de no subas tú los que tienen las ideas y las ejecutan por el bien común, pero a ellos no les llegará reconocimiento por la succión sin complejos del subir yo de turno. La succión del éxito, combinada con la ausencia de toda mácula, les hace ufanarse de la admiración de la que son acreedores. Aún así no las tienen todas consigo porque en la esquina de la urna preguntar suelen a sus asesores: «¿Qué tal he estado?». Son narcisos que, al no gestionar ni tienen buenas ideas, están todo el rato pensando en su imagen y en su proyección personal. Su profesión es aparentar virtud por lo que su mundo consiste en decir, más que en hacer. Y dirán lo que sea menester para «subir yo».

Esto nos lleva al tercer gran rasgo visible en los politiquitos que merodean por nuestra urna: los subir yo son mentirosos. Como ni gestionan ni tienen buenas ideas, el primer embuste es que realmente son ellos los dignos de aclamación. Incluso cuando meten la pata solitos, le endosarán la culpa a uno de sus no subas tú, lo que además de ser una mentira cochina es de ser un cobarde y un desleal. La mentira es la primera forma de corrupción humana pero no les importa, no se han parado a pensar tanto. La mentira es la primogénita del egoísmo y consiste en crear una verdad ficticia en beneficio propio y detrimento del prójimo. También son hábiles fabricando patrañas que provocan que todos los españoles estemos siempre peleados. Porque aunque los veamos en una urna, en plena naturaleza hay más de 100.000 políticos, el 0,25% de la población, muchos de los cuales se dedica a enfrentar y a dividir al otro 99,75% de personas normales. Algunos dicen que la cifra es medio millón. Casi todos los males del mundo provienen del egoísmo y comprobamos como impera en nuestra urna: nuestros politiquillos de laboratorio forman un ecosistema de egoísmo organizado, un sistema inteligente de egoísmo. Egoísmo, mentira, cizaña, cobardía, deslealtad, narcisismo, jolines con el ecosistema de nuestra urna. ¿Qué tipo de bicharraco hay que ser para triunfar en este ecosistema? Me respondió indirectamente un cargo intermedio hace algún tiempo: «Más vale que te llamen hijoputa a que te digan que eres buena gente». No podemos generalizar, sería injusto porque hay muchos dirigentes de bien, pero mi argumento es que aunque las personas sean buenas y comprometidas el ecosistema político hiede.

Pero ay, queridos. Si pensamos que la urna es una metáfora de nuestros televisores, entonces descubrimos con horror que este tipo de seres humanos no sólo abunda sino que prolifera. ¡Son reales! Los subir yo y los no subas tú andan siempre a la gresca, tratando de despedazarse y al contrario que en un experimento es imposible contenerlos en un laboratorio. Nos vemos indefensos ante tanto déspota creído que se cree por encima de todos nosotros. El único consuelo es que se creen su propia propaganda pero en realidad es evidente cómo son. No engañan a nadie.

Reyes desnudos
Cuando veo en plena actuación a uno de estos políticos profesionales, que no la han doblado en su vida, sea del partido que sea, siempre me viene a la cabeza el Cuento del rey desnudo, ese bobo al que convencieron de que sólo los más excelsos podían ver una tela exquisita y los bordados imaginarios que le vendió un sastre oportunista. En el cuento todos los súbditos fingían admirar el traje del rey y sólo un niño se atrevió a gritar con inocencia: «¡Va desnudo!». Hoy no habría niños suficientes para gritarles a todos los reyes desnudos del siglo XXI que se pavonean por nuestras teles.

Pues bien señores, nosotros todo lo contrario. Donde reine el egoísmo, la mentira, la cizaña, la cobardía, la deslealtad y el narcisismo, pongamos nosotros generosidad, verdad, concordia, lealtad y humildad. Donde ellos estén obsesionados por la imagen, nosotros nos obsesionamos por el resultado y por el bien común. Para un líder su equipo es lo primero y por eso no está instalado en subir yo, sino subimos todos, porque el bien de todos es el bien de la organización y de la sociedad a la que sirve. Realmente un líder asume los errores de su equipo y les transfiere el mérito por cada logro, justo al contrario de los mini-políticos que siguen pululando por nuestra urna. El líder es virtuoso: dice la verdad, es humilde y es generoso. Sabe que en un entorno de confraternidad y amabilidad todo el mundo es más feliz (realmente se llama amor). Ante los anti-líderes, reivindico a los líderes. Ante la mentira, digamos la verdad. Ante el narcisismo, la humildad. Ante el decir, concentrémonos en el hacer.

Vamos, líderes, la sociedad os necesita.

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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