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La rebelión de los generosos

Rebelión de generosidad

Llamo a la rebelión. Sumaos. Dad un paso al frente, virtual naturalmente, todos aquellos que os oponéis a que nuestra sociedad sea el feudo del egoísmo y la altanería. Los que sentís más agrado cuando dais que cuando recibís. Arriba quiero barreras inconformistas contra el egoísmo, rapaz del bien. Ya tenemos a muchos adelantados de nuestra causa: admirad a tantos que desprecian su salud en la cura del contagiado. Sin contar las horas, sin secarse el sudor, son motrices en hospitales, ambulancias, camiones, supermercados, farmacias, huertas y fábricas. Gente que no está mirando el reloj, ni calculando las horas extras que les debe el jefe. Son los plusmarquistas de la generosidad de estos días, nuestro ejemplo en el frente. Os quiero a todos formados, firmes y en primer tiempo de salud para abrazar a esa palabra que llamamos generosidad pero que es el amor que se puede tocar. Y si no se puede tocar se puede sentir. Os quiero a todos cantando los méritos de esos españoles que están hoy en la gran barricada para que no pase el bicho. Y más que desde los balcones (prohibido hacer el tonto) quiero rebelión en los corazones para que amen a tope.

En estos días vamos a dar sin recibir; a elogiar sin resquemor; a agradecer desde lo hondo. Vamos a ser dadivosos siquiera de pensamiento porque encerrados acaso no podemos serlo de obra. A los egoístas, a los altaneros, a los importantes, los vamos a mirar por encima del hombro, como a pobres niños pequeños que se pelean por el balón en el recreo. Pobres reyezuelos desnudos sin grandeza en el alma. Cuanto mayor sea el amor mayor será el caudal de la generosidad y más grandes nos haremos. Vamos a superar juntos esa postura ya tan antigua de que uno ser infinitamente amorosos con los nuestros y rudos de puertas para afuera. Son tiempos oscuros, pero en ellos luce el magma amable de los generosos, que se desborda incontenible ladera abajo, no lo puede parar nadie. La sociedad está dando mil ejemplos de entrega. La abnegación pura ya es visible desde las ventanas. La generosidad se desparrama caliente por cada calle y cada sala. Dios se admira de esta explosión primaveral del bien en tiempos negros. Nos crecemos y vemos lo mejor de nuestra tribu sonriente ante el dolor. Camaradas generosos, vamos juntos a la trinchera contra el enemigo total: el egoísmo, fuente de todo mal. Vamos a abrazar a nuestros admirados compatriotas que llevan un mes y medio sin mirar el reloj. Prohibido olvidarnos de nuestras personas más mayores, especialmente de esas madres que son ya abuelas y que nos llaman para estar en nuestras vidas. Quieren enterarse de nuestros enredos y ser protagonista. Repetid conmigo: “a mamá hay que cogerle siempre el móvil”. Arriba la revolución del amor, de la generosidad, de dar y de compartir. Sentiréis el poder caliente de la bondad, surtirá vuestras venas la grandeza y el efecto vivificante de beneficiar al desconocido. Y al leerme no os miréis tanto el bolsillo porque el primer dogma de mi revolución sale gratis: sonreír más, mucho más. Que vamos todos por el mundo demasiado serios. El segundo dogma también sale gratis: seamos amables, mucho más amables. Que la rebelión generosa se transforme en revolución de los amables. Somos cuarenta y ocho millones de revolucionarios potenciales. Si cada uno sonríe sólo dos veces al día y dice sólo dos frases amables a quien nos cruzamos, ¿os imagináis? Son 192 millones de gestos amables al día, 70.000 millones de gestos amables al año. ¡Con dos sonrisas y dos frases consideradas cambiamos el mundo! Con encanto y simpatía vamos a acorralar a los siesos importantes.

Puede que nos llamen tontos o inocentes, pero comprobaréis que donde impera la consideración al ajeno aumenta la dignidad de cada uno. Cuando nos sentimos queridos podemos con todo. En una España tan rápida, confusa y despiadada tenemos que equiparnos con actitudes virtuosas. Amemos con la blancura de los niños. Con tanto cafre suelto a veces nos sentimos solos o incomprendidos. Pero somos muchos los buenos que tenemos que juntar nuestras manos y dar la cara al viento. Cantemos cómo a las personas nos enaltece ser generosos de palabra y de obra. A quién le disgusta que le respeten, que le valoren, que le consideren. Entonces ¿por qué hay tantos desencantados, escépticos y despreciados? Si somos nosotros mismos los que tenemos la facilidad para tenderles la mano sincera, hagámoslo. Elevemos a los que están en nuestro entorno. Presiento que la generosidad, la fruta más dulce del amor, va a hacer que nuestras ciudades sean más benévolas y atractivas. Nuestro país avanzará sin grandes inversiones en investigación y desarrollo, siendo mejores personas seremos más felices. Vamos, súmate a la revolución.

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

 

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