Una cebra atacada por una leona sufre una descarga súbita de adrenalina que la hace correr velozmente para zafarse y salvar su vida. Sin embargo, pasado el peligro ésta vuelve a pastar plácidamente como si nada hubiera pasado. A un episodio breve de agitación de riesgo máximo, le sucede la habitual placidez… en pocos minutos. El estrés tiene un origen biológico y en la naturaleza está asociado a la supervivencia. En el ámbito de la gestión, su control es una técnica difícil de dominar, que no obstante debe fijarse como objetivo de desarrollo personal y que se puede ejercitar. El estrés tiene efectos biológicos, psicológicos y psicosomáticos que influyen en el nosotros y en la calidad de nuestra gestión.

Algunos psicólogos explican que, al contrario que ocurre con los herbívoros, que tras un momento de estrés vuelven rápidamente a la calma, los humanos del siglo XXI soportamos una incidencia estrés de menor intensidad pero que se prolonga en el tiempo. Si no existen hábitos saludables de alivio, esta situación nos vuelve susceptibles e irascibles y en casos extremos nos lleva a sentirnos abotargados, insomnes e incluso nos provoca dolor de cabeza.

Existen dos tipos de estrés: «el bueno» y «el malo». El bueno es el derivado de una actividad plena y emocionante. Es más fácil de combatir porque viene acompañado de sensaciones positivas de logro personal y de adherencia a una causa importante. El malo, por el contrario, suele originarse por miedo y es dañino; su efecto es más peguntoso porque nace de situaciones que no podemos controlar: crisis económica, abusos del jefe, pérdida de empleo, desgracias sobrevenidas, o tantas otras.

Ignora lo que no puedes controlar
En su libro Siete hábitos de las personas altamente efectivas, Stephen Covey explica que las personas tenemos esferas de influencia de tamaño variable (no tienen la misma un presidente del Gobierno que su jardinero). Covey invita a despreocuparse por lo que uno, objetivamente, no puede controlar. Este bendito año 2020, nos ofrece una buena oportunidad de experimentación. Casi todos estamos asustados y preocupados tanto por el coronavirus como por su efecto devastador en la economía, pero la inmensa mayoría de nosotros carece de influencia en la gestión del país durante la pandemia o en la producción de las primeras vacunas efectivas. La crisis nos genera estrés, claro que sí, pero debemos aliviarlo pensando que no podemos arreglarlo sólo nosotros. Es inútil y perjudicial estar siempre nerviosos. Por el contrario, el científico que integra algunos de los equipos responsables de producir la vacuna anti-covid sí sentirá el estrés de trabajar más horas y con más inteligencia para sacar un producto que salvará cientos de miles de vidas. Pero incluso ante esta importantísima misión, el interesado debe saber desconectar.

El control del estrés es una competencia que yo pido con insistencia a mi equipo. El estrés compromete la capacidad para pensar con claridad, imprescindible para tomar decisiones atinadas. También daña las relaciones entre el líder y su equipo. A los miembros más trabajadores y comprometidos de mi organización les explico que para «trabajar a tope, hay que descansar a tope» y para descansar hay que desconectar, separarse de los problemas cotidianos, por acuciantes que sean. Esto es algo que suele ser tanto más arduo cuanto menos experiencia se tiene, pero hay que saber identificar cuándo tenemos un problema de desconexión y habituarse a realizar actividades agradables que nos hagan olvidarnos de nuestra rutina.

Tampoco debemos volcar sobre nuestra vida profesional los problemas de la vida personal, que son inevitables. El control de estrés que trabajamos profesionalmente también nos sirva para nuestra vida íntima. Con templanza y sentido común las vicisitudes se sobrellevan mejor. Hay que proponerse relativizar problemas y hacer de la desconexión un hábito saludable. Nos ayudará mucho.

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

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