Afán de victoria
Ganar, ser el mejor, superar a los demás, distinguirse, ser el primero, ser un ganador, vencer, destacar… son dichos que no están de moda. Vivimos en una sociedad confundida donde está feo brillar o hacer comparaciones entre los que sobresalen y los que no. Una sociedad que en el fondo es tan competitiva como la que más. Afortunadamente, gozamos de un clima de igualdad asumido por todos en el que sabemos que nadie debe estar por encima de nadie, ni sentirse superior ni tener más derechos. Pero ojo, no todo somos iguales en todo ya que en según qué ámbitos la excelencia y la mediocridad no tienen el mismo mérito. Un violinista virtuoso no tiene más valor que un indigente, pero en las artes musicales uno es un ganador y el otro no; uno es bueno y el otro malo; uno es mejor que el otro (en música). El violinista virtuoso eligió ser el mejor en lo suyo y lo consiguió. Su esfuerzo tuvo su recompensa y podrá disfrutar del fruto de su talento. Siempre digo que el primer paso para ser un líder es querer serlo, análogamente para triunfar en la vida hay que querer ser el mejor con mentalidad ganadora, con alegre afán de victoria. Claro que llegar arriba supone un esfuerzo cuádruple, pero sólo el trabajo bien hecho y constante nos acerca a nuestras metas. Imposible ser un ganador con inconstancia, dejadez o vagueza; imposible ser un emprendedor de éxito levantándose todos los días a las diez, salvo que el negocio sea de ocio nocturno.
El afán de victoria es algo valioso que convierte a las personas en especiales. En una ocasión, un señor me hizo reparar en la gran pureza de los atletas que se esfuerzan hasta la extenuación, día tras día, para ganar una competición cuya recompensa puede no ser proporcional al esfuerzo. En muchas ocasiones el resultado es una medalla, prestigio y grato recuerdo ¡eso, si gana! El atleta lo da todo por la satisfacción de ser el mejor o estar entre los mejores. Tenemos mucho que aprender de ellos.
Querer ser el mejor es una ventaja, algunos nacen con ella y tienen ese don, otros la cultivan acreciéndola con el tiempo. Yo cuando tenía diecisiete años no quería ganar nada ni ser líder de nada, yo sólo quería viajar. Hoy comprendo que mi competitividad es heredada de mis padres y también auto-inculcada, es decir, aprendida. Como parto de la base de que todo lo que yo haya comprendido de la vida puedo transmitirlo, escribo estos artículos. No digo que sea fácil, pero sí es apasionante.
Todos conocemos a personas de éxito. Propongo que las admiremos y aprendamos de ellas, fijémonos en sus mejores hábitos para imitarlos. Admirar es una actitud mucho más sana y productiva que la crítica envidiosa, de la que no aprendemos nada. Llegar a la cima casi nunca es un camino de rosas. Ser bueno en lo tuyo es exigente, incluso agotador y por eso pone a prueba nuestra inteligencia y capacidad de resistencia. Yo a los triunfadores los divido en dos grupos: los que tienen un éxito sostenido y los que tienen éxito y lo malogran. Como decía el actor, Nick Nolte, lo duro no es alcanzar el éxito sino mantenerlo. En el grupo de los degradados, todos conocemos casos de concesionarios que dan un servicio óptimo y con el tiempo se colapsan; abogados que triunfan pero que con tanta demandan desatienden al cliente; bares excelentes que dejan de mimar la calidad de sus tapas. El aburrimiento tienen mucho que ver con los tres casos anteriores, la falta de organización, también.
Ser el mejor requiere una superior organización
Hace años, una compañera de trabajo empezó a hacer tartas con motivos artísticos y le empezó a ir muy bien. Tuvo éxito pero con el boca a boca los pedidos empezaron a acumularse y tuvo que trabajar en ellas cada vez más horas, además de mantener su trabajo como enfermera. Con el tiempo lo dejó porque satisfacer su demanda le habría requerido invertir en unos recursos que probablemente no le compensaran. En el ámbito de los negocios triunfar casi siempre conlleva crecer porque la demanda no atiende a limitaciones de capacidad. Toda organización puede absorber un aumento limitado de su carga de trabajo por encima del cual empieza a deteriorarse la calidad de su producto o servicio. El problema es que crecer requiere gastar y en eso he visto gente de éxito ser muy miedica y contentarse con la estructura existente. Tengo muchos amigos con negocios buenos en esa tesitura, no crecen más porque se sienten incómodos con el riesgo que supone contratar más gente o ampliar un local.
El afán de victoria confiere la valentía y confianza de que si un producto tiene éxito, una mejor organización hará que llegue a más personas que también lo podrá disfrutar. Por supuesto que aumentar la producción supone un riesgo, pero ya es más limitado porque el mercado ha validado la oferta. Yo tengo la suerte de dirigir una empresa que ha pasado de tener unos 200 empleados cuando asumí su dirección, a casi 2.000 hoy. Claro que es muy complejo, claro que se pasa miedo, claro que el mercado te puede castigar, pero siempre he estado convencido de que mi servicio es de gran calidad y mejor que la competencia. Respondo por mi equipo con fe ciega porque sé que se desenvolverá con maestría en todo aquello que emprendamos. Hemos pasado de un cuerpo directivo de seis a casi setenta compañeros y hemos multiplicado por diez la nómina. Nuestra organización se ha ido haciendo más diversa, compleja y por supuesto mucho más costosa pero el mayor número de clientes que confían en nosotros ha compensado con creces nuestra inversión. Organizarse bien no es garantía absoluta de nada, el mercado o los errores nos pueden dejar en la cuneta (emprender es un deporte de alto riesgo) pero si perdemos negocio difícilmente será por dar un servicio degradado. Todos erramos a menudo, pero en nuestro caso cada fallo es fuente de aprendizaje y cada éxito está sujeto a explotación.
A la sociedad en que vivimos le faltan emprendedores jóvenes con todo que ganar y nada que perder. Que los egresados ambiciosos se planteen un horizonte más allá de unas oposiciones. Por eso quiero inculcar el amor por la victoria, el afán de superación y la capacidad de sacrificio para ser un empresario de éxito. Quiero líderes que tomen en sus manos la responsabilidad de crear empleo porque tienen un producto ganador. Líderes que hagan de sus equipos entornos de felicidad y cariño que se transmitan al cliente en forma de productos de buena calidad.
Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales
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