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Liderar es enseñar a ser líder

Acabo de leer al periodista Luis Herrero describir cómo «los dos baldones más recurrentes de la condición humana son el orgullo, que impide dar nuestro brazo a torcer y la vanidad, que nos entontece». Estamos de acuerdo. Por eso liderar ha de ser un permanente ejercicio de humildad y llaneza; una práctica da la virtud que genere círculos virtuosos basados en lo mejor de la condición humana. Es muy difícil de lograr porque lo que nos sale intuitivamente, acaso como mecanismo defensivo, creernos más importantes e inteligentes de lo que verdaderamente somos. Enfadarnos por lo que creemos que son errores de los demás también es una reacción instintiva.  Y en todo caso ¿importante por qué y para quién? Cuando leemos a los más sabios reconocemos insistentemente el paradigma de que cuanto más sencillo es uno, mayor es la talla moral que se alcanza.

Si con esta premisa tenemos éxito como líderes, la consecuencia natural será que nuestra organización crecerá y pronto nos veamos obligados a delegar, para lo que necesitaremos crear y moldear nuevos líderes. En tal caso, sólo podemos hacerlo enseñando y transmitiendo valores nobles basados en ser buenos con los demás. Me sigue sorprendiendo cómo muchos jefes siguen pretendiendo que sus subordinados o inclusos directivos aprendan por ciencia infusa técnicas de gestión y habilidades sociales sin haberse molestado en formarlos o sin marcarles objetivos.

Lo importante de conocer cuáles son las características del liderazgo es que si se identifican se pueden transmitir. Si algún departamento o centro de producción funciona mal en una empresa, lo fácil es llegar pegando broncas. Por el contrario lo que hace un líder es mantener la amabilidad y enseñar a hacerlo bien sin generar más estrés del que ya exista. Enseñar a ser líder es, ante todo enseñar a reunir al equipo para alabar sus logros y buscar mejoras entre todos. Recordar que el liderazgo se basa en la humildad, la generosidad y el autoconocimiento al objeto de ser respetado y no temido. Si uno sabe cómo se forja el líder, debe transmitirlo a sus jóvenes líderes; si no lo sabe, hay material suficiente para aprenderlo y transmitirlo.

Lo que es imposible es que un joven líder promocione o se incorpore a una organización y cumpla las expectativas que nadie ha explicado cuáles son. Franqueamos la puerta de muchas organizaciones e instantáneamente palpamos la desgana y el cansancio por el trabajo, que lógicamente se realiza con mediocridad. Muchos de mis alumnos de liderazgo me confiesan que sienten ese clima espeso de hastío, pero que no saben cómo cambiar (la primera inyección que prescribo es reunir al equipo y escucharle).

En mi libro expongo más de 25 maneras de influir en una persona, entonces ¿por qué usar sólo el enfado y la amenaza?. Basémonos en la conocida premisa «aprender a hacer», «hacer», «enseñar a hacer» y «dejar hacer». Seamos rápidos en la alabanza y parcos en el apercibimiento, seamos lentos maternales en la corrección, desterremos burla o desprecio, hagamos nuestras las cargas de nuestro equipo para entenderlas mejor. Debemos moldear a nuestro equipo con pericia y artesanía. Enseñemos a nuestros líderes a mejorar como tales. Sólo así lograremos mandar motivando y dirigir convenciendo.

 

Carlos González de Escalada Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales

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